EL DÍA DE ÁNIMAS

amanecer en la llanura cinco minutos despues

Hace algunos años, cuando en este país no se hablaba inglés más que en las familias bien, y no se había oído hablar de la fiesta de Halloween, los autóctonos tenían sus propias tradiciones heredadas de padres a hijos, desde tiempos inmemoriales. Y así, la fiesta de los santos y las de los difuntos no servían para ir a “tomar contacto con la primera nieve”, ni para darse una vuelta de dos días por Londres, ni para hacerse el Parador de Jaén, cosa que no critico, que yo soy muy dado a vivir y dejar que cada uno viva como quiera.

La fiesta de Todos los Santos y la de los difuntos, yo siempre la he recordado por tres cosas:

  1. a) Ir a cavar las tumbas del cementerio y a poner ramos de flores y velas – (entonces casi no había panteones y mucho menos los nichos), por lo que las tumbas solían estar llenas de hierbajos que, casi nunca se cavaban, pero el día de Los Santos, el cementerio parecía la feria de Abril, tan adornado estaba. Era una manera, naturalmente, de honrar a los muertos, nada criticable.
  2. b) Ver los lutos negros de cada día aumentados un cien por cien, y al cura revestido de capa negra, casulla negra, bonete negro y salmodiando o cantando- (según fuera la propina)-, oraciones en latín alusivas a la muerte o a la crucifixión de Cristo :

 “Per signum Sanctae Crucis de inimicis nostris libera nos, Domine Deus noster.
In nomine Patris, et Filii, et Spiritus Sancti. Amen”

 

O el famoso réquiem :

Requiem æternam dona eis, Domine, et lux perpetua luceat eis.

Te decet hymnus Deus, in Sion, et tibi reddetur votum in Ierusalem.

Exaudi orationem meam; ad te omnis caro veniet.

Requiem aeternam dona eis, Domine, et lux perpetua luceat eis.        

 

Dales Señor, el eterno descanso, y que la luz perpetua los ilumine, Señor.

En Sion cantan dignamente tus alabanzas.

En Jerusalén te ofrecen sacrificios.

Escucha mis plegarias, Tú, hacia quien van todos los mortales.

Dales Señor, el eterno descanso, y que brille para ellos la luz perpetua.

Kyrie eleison

Kyrie eleison.

Christe eleison.

Kyrie eleison.          

 

Señor, ten piedad.

Cristo ten piedad.

Señor ten piedad.

 

O el no menos tétrico Dies Irae:

 

Dies iræ, dies illa, solvet sæclum in favilla, teste David cum Sibylla ! ….

(Dies Irae)

 

Día de la ira, aquel día en que los siglos se reduzcan a cenizas; como testigos el rey David y la Sibila ….

 luna llena

  1. c) Por lo lloros, los lamentos y los fríos que hacía en la tarde noche, porque en aquellos tiempos por Los Santos caían una heladas que se cagaba la perra… Yo, que era monaguillo y mi madre estaba orgullosísima de que fuera con el cura, que me daba una peseta por el trabajo, doy fe de ello.

Me acostumbré a los lloros y a los lamentos, no sin arrastrar muchos miedos y congojas, pero al frío aquel que calaba hasta los huesos, no fui capaz nunca de acostumbrarme.

Ahora a lo que nunca me acostumbré fue a los fantasmas. Para un niño de nueve años ver un cementerio lleno de velas y velones alumbrando las tumbas, proyectando sombras qué se movían al compás del viento, creando en mi mente infantil difuntos escapando en espíritu de sus tumbas; sibilas que a cada momento lanzaban alaridos quejumbrosos, sollozos, lloros y bisbiseos  ininteligibles, en las mujeres enlutadas que se acurrucaban entre las tumbas, medio mimetizadas por el negro de sus vestidos y la oscuridad de la noche y qué, justo en el momento que llegaba el cura lanzaban unos ayes lastimeros que ponían los pelos de punta al más templado, al tiempo que se iban levantando lentamente, muy lentamente del suelo y volvían hacia nosotros sus caras descompuestas por el dolor y sus ojos anegados de lágrimas, era un cuadro de angustia y de dolor que se transmitía entre las mentes a la velocidad del rayo.Bien valía la peseta que me daba el cura cien veces. Los estremecimientos de mi cuerpecillo eran continuos y bien visibles para las gentes, y el castañeo de mis dientes se oía, pensaba yo, en todo el cementerio. Gentes que siseaban: ¡Estás engarañao, majo y eso que vas bien abrigao, pero es que hace un frío que se cala en los huesos! ¡ Hala, galanito, que ya queda poco!.

Yo no osaba abrir la boca, pero mi frío era más interior que exterior. De vez en cuando, entre tumba y tumba, el cura se compadecía de mí y me tapaba con su capa negra para darme algo de calor humano y evitarme la pulmonía. En ese momento cerraba los ojos y pensanba: “Al menos aquí no pueden entrar los muertos, que es sitio sagrado”. Y eso me confortaba un poco.

cementerio

Cuando llegaba a casa, aterido de frío y gritando a los que rodeaban la lumbre “¡¡¡Dejarme un sitio que estoy helao…!!!, me sentía de nuevo en lugar seguro. Mucho más seguros cuando la madre ponía la mesa y cenábamos el menú de todos los años: “las alubias de los santos”. No me acuerdo porqué ese día las alubias eran especiales, supongo que por qué debían acompañarse con algo de carne o chorizo, lo cierto es que hacían que el cuerpo reaccionara y el espíritu se confortara un poco.

Cuando se acababa la cena, tras los rezos de rigor por todos los difuntos del mundo, empezaba el rito de “las historias para no dormir”, pues la gente mayor:padres, abuelos, tíos, tías y algún amigo arrimado que siempre aparecía por casa, comenzaban a explicar historias  de terror, “verdaderas”, que habían sucedido a familiares y amigos cercanos o lejanos, todas ellas relacionadas con muertes,crímenes, robos, asesinatos y todo aquello que produjera miedo. Los niños nos apelotonábamos, arrimados los unos a los otros, en el escaño de la cocina, o en el rincón más discreto posible, sin apenas pestañear y respirando bien despacio, oyendo con los ojos bien abiertos, reflejando el terror en nuestros rostros infantiles, sin osar decir nada, un fuera a ser que nos alcanzara alguna de las desgracias que oíamos contar a los grandes. Pero ninguno de nosotros, por más miedo que pasáramos, osaba irse a la cama el primero. Los más pequeños iban durmiéndose poco a poco y los que éramos un poco más grande esperábamos encogidos el momento en que el padre o la madre nos dijeran:

“¡Hala, a la cama, que esto no lo teníais que estar oyendo vosotros, que luego tenéis malos sueños!”jinete muerto

Y sin más contemplaciones nos metían entre las sábanas heladas y nos tapaban bien arropados con las mantas, hechos un rebujón, temblando de miedo y de frío y con los oídos avizor, intentando interpretar cualquier ruido grande o pequeño y asociarlo en nuestra mente con el ánima en pena que venía a buscarnos para llevarnos al más allá. Así es que cerrábamos los ojos con fuerza, oyendo tañer las campanas de la torre de la iglesia, qué, durante toda la noche, a intervalos más o menos fijos, sonaban sin parar. El alivio de ver a la mañana siguiente que a pesar de todo lo que había pasado el día anterior seguíamos vivos, nos hacía saltar de la cama como alma que lleva el diablo… Ya solo quedaba el día de difuntos. Pero eso es otra historia, para contar mañana

M.Pablos