Versos para Engracia Sánchez
La vida de una mujer es una historia de afectos.
Washington Irving
Vísteme de hermosura el pensamiento, serenidad, perennemente unida al árbol de mi vida a contra viento.
Blas de Otero
Se le entelaron los ojos
de llorar las madrugadas;
de tanto brotar a solas
se le secaron las lágrimas.
Cuando le vino la pena
cerró las puertas de casa,
se metió dentro y juró
sobre sagradas estampas,
que seguiría luchando
por lo que ahora le quedaba.
Respondió siempre a las gentes
que compadecía sus lástimas,
con palabra agradecida,
pero seca, como estaca:
“No estoy, que nadie me cuente,
a mi desdichas ajenas,
que yo, con mis propias penas,
tengo más que suficiente.
Cada cual que se lamente
sin dar voz al pregonero.
Acuérdese el mundo entero
de lo mucho que sufrió
y de lo poco que habló
Cristo, clavado a un madero”
Los fríos viento del norte
llevan invierno a las casas,
tristeza a las alamedas,
carámbanos a las almas;
hielan las heridas vivas
cicatrizando esperanzas
y se llevan a las gentes
en un viaje sin tornada.
Engracia Sánchez, ejemplo
de la mujer castellana,
dura como los terrones
oscuros de las besanas,
lloró de puertas adentro;
enterró dentro del alma
los lutos y los pesares,
las ausencias, las desgracias.
Pero de puertas afuera
nunca derramó una lágrima.
Los ojos son los paisajes
que te enturbian las miradas;
llorar fuera no te ayuda,
las penas son para casa.
No se consigue vivir
gimiendo por las besanas:
las lágrimas y las penas
son para empapar almohadas.
Los recuerdos son notarios
que la memoria traspasan:
la madre, el padre, la hija,
el esposo,las hermanas…
“Hoy me duele el corazón
más que nunca; tengo el alma
igual que un pájaro ciego,
con mucha sed y sin agua.”
No estáis aquí, pero me hago
la ilusión de que os espero.
No tenga nada en mis manos
de lo que me prometieron,
pero aún me queda esperanza,
anhelos, ruegos, deseos…
Dos hijas de pan candeal
y las risas de mis nietos.
Que no se os olvide nunca
que yo soy mujer de pueblo;
que mi canción es la misma
canción que canta el barbecho:
esperar tiempos mejores,
sin prisas, sin desesperos,
mirando cielos azules,
o nublados, o serenos.
Sembré sobre tierra seca
semillas bien abonadas.
Les di el sol de mis amores,
puse cubierta en palabras
de bondad y de consuelo
y las regué con mis lágrimas.
Nunca recogí cosechas
más abundantes. Mi casa
se llenó de flores bellas,
alegres, arracimadas.
Brotaron mil primaveras
con regatos de aguas claras;
saltarinas perlas puras
sobre la hierba mojada
de una fuente cristalina:
risas, canciones, palabras,
besos, abrazos, caricias
y ternuras ya olvidadas…
Las cosechas de mis hijas
me han devuelto la esperanza,
me han llenado de alegría
y me han secado las lágrimas.
Sé que un día, no lejano,
dejaré de ser barbecho.
Fructificarán en mi
cantares de trigos nuevos.
Llorarán las amapolas
sangre roja en mis silencios.
Brotarán harinas blancas
que saciarán los deseos,
de los que me hagan eterna,
para siempre, en sus recuerdos.
Ese día, como a todos,
cuando Dios lo tenga a bueno,
ni tu estarás para verme,
ni yo estaré para verlo.
Que no se os olvide nunca
que yo soy mujer de pueblo.
Dormiré sobre la historia
que otros hombres escribieron:
“fue mujer de paz y llano,
de bondad y amor sincero;
experta en dolor y pena,
experta en largos silencios”.
M. Pablos
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